Eduardo García Rojas
CAPÍTULO I. EL VIAJE
La azafata le preguntó a la momia guanche que regresaba a Tenerife si quería tomar algo. El funcionario del Gobierno canario que iba sentado a su lado le ordenó que un café.
- Está muy cansada.- le dijo a modo de excusa a la azafata.
La azafata le contestó con una amplia y ensayada sonrisa y se alejó por el pasillo del avión fletado por Binter meneando las caderas. El funcionario miró a la momia y le cogió su arrugada mano de momia.
- Será un largo viaje…
La azafata dejó una taza de plástico con humeante café en la mesita de la momia.
- Ahora pondremos un corto canario para que el viaje se les haga menos cansado.- les informó con la misma sonrisa.
- ¿Qué película? - preguntó el funcionario.
- Un corto canario.
- ¿Un corto para un viaje de más de dos horas?
- Sí. Pero no se preocupen: “garantizamos que se quedarán dormidos nada más comience”.
- ¿Se puede saber de qué va?
- Pues no.
- ¿Por qué no?
- Pues porque cuando lo veo siempre me quedo dormida.
- Ahhh. ¿Y cómo se llama?
- Algo así como Benlaglos.
- ¿Y eso que es?
- Un corto.
- ¿Un corto?
- Un corto canario.
- Ahhh.
La momia estaba tomando su café con desagrado.
- ¿Le gusta?, ¿quiere más azúcar?
La momia negó con la cabeza. El funcionario se preguntó en qué demonios estaría pensando la momia si pensaba algo.
- Ahora ponen el corto.- les avisó la azafata.
La momia que no sabía lo que era una película asintió en silencio. Su cabeza la tenía puesta en Madrid. Demasiado tiempo en Madrid, descansando en esa cómoda urna de cristal…
Empezó la película.
El arqueólogo llamó a la azafata.
- Esta película no hay quien la entienda…
- Relájese.- le dijo la azafata con otra sonrisa.
- Ya, si estoy relajado pero es que… zzzzzzzz.
La momia también se quedó dormida.
CAPÍTULO II. LLEGAN A ¿CASA?
La voz del comandante sonando por la megafonía despertó a la momia y al funcionario.
- Dentro de media hora aterrizaremos en el aeropuerto de Los Rodeos. El tiempo es bueno.- decía la voz metálica del comandante. A la momia le hizo gracia cómo pronunciaba las z. Sonaban a s. Llevaba mucho tiempo en Madrid.
El avión tomó tierra, recorrió la pista y se detuvo. El funcionario se quitó el cinto cuando las luces le indicaron que podía hacerlo y animó a la momia a que hiciera lo mismo.
- Se hace así…- Le indicó.
A la momia le gustó el clic.
Abrieron la puerta del avión y el funcionario condujo del brazo a la momia que apenas podía caminar.
CAPÍTULO III. ¿EN CASA?
La luz del sol deslumbró los ojos vacíos de la momia que instintivamente se llevó la mano para protegerlos de aquella insólita luminosidad.
- ¡Bienvenido a su tierra!- exclamó un señor que, le informó el funcionario se trataba del presidente del Gobierno de Canarias, Paulino Rivero. Esa cosa se acercó a ellos con los brazos abiertos cuando descendían las escaleras. Una nube de fotógrafos iba detrás del presidente, disparando sus cámaras. La momia olió el aire, pero sólo le llegó el inquietante aroma de la gasolina.
El tal Rivero la estrujaba ahora sin dejar de mirar a las cámaras con una ancha sonrisa. Estaba soltando un discurso: “hemos recuperado otra momia guanche. Vuelve a casa para quedarse definitivamente en casa…”
“… Casa”, pensó la momia en su agujereado cerebro de momia.
Tras los discursos y estrechar manos a gente que no conocía, la momia notó en falta la tranquilidad de su urna madrileña. El funcionario hablaba con la consejera de Educación, una tal Milagros Luis, una chica pizpireta que daba saltitos sobre la pista y se llevaba las manos al corazón.
La momia se sentía mareada y terriblemente cansada. Vio entonces como un hombrecito gordo a quien llamaban Domingo Berriel se acercaba velozmente al presidente y le susurraba algo al oído. La expresión de falsa satisfacción de Paulino Rivero se truncó en una sincera mueca de fastidio. Cogió por el cogote al funcionario y le transmitió algo pegando sus labios a su oreja. El funcionario se puso firme y tan pálido –pensó la momia– como ese celador del Museo de Madrid donde hasta ayer mismo descansaba tan plácidamente.
Dejó de mirar cuando un hombrecito gordo y jovial le estrechó su manita de momia.
- Es un honor conocerla.- le decía aquel hombrecito. Detrás de él y en una larguísima fila india se encontraba el presidente del Cabildo de Tenerife, con su calva ardiendo bajo los rayos del sol; el consejero de Turismo del Cabildo de Tenerife, un enanito; y también un tipo con gafitas que no paraba de moverse en la fila y que decía llamarse Cristóbal de la Rosa…
- Soy Cristóbal de la Rooosaaa.- gritaba.
- My name is Alberto Delgado, Viceconsejero de Cultura. Si necesita algo no dude en llamarme. Igual podemos encontrarle algo en el programa Septenio. Usted me entiende ¿verdad? Tome, tome mi tarjeta…
La momia cogió la tarjeta y se la llevó a la boca. El Viceconsejero de Cultura puso los ojos en blanco. La momia la masticó con los pocos dientes que le quedaban. Intentó sonreírle en señal de agradecimiento.
CAPÍTULO IV. PERO ¿QUÉ PASA?
Poco a poco se fueron haciendo paso entre el gentío seis agentes de la policía autonómica. A un gesto de uno con cara de Drácula y que llamaban José Miguel Ruano, se dirigieron a la momia sacándola del gentío.
Mientras la arrastraban por el aeropuerto oyó que el presidente del Gobierno canario exclamaba compungido: “Queridos amigos, creo que hubo un lamentable error…”
CAPÍTULO V. ARDE, MOMIA, ARDE
La momia vio como uno de los policías abría la puerta del horno. Contempló las llamas con cierta sorpresa. Siempre le había fascinado el fuego aunque hacía tanto tiempo que no sentía su poder…
El que se llamaba Berriel se acercó a su lado con una forzada sonrisa dibujada en los labios.
- Mucho me temo que tendrá que meterse dentro.- le informó bajando la cabeza y señalándole el horno.
La momia intentó encogerse de hombros.
-Yo, bueno, ya sabe… no está dentro del dichoso catálogo….- le dijo Berriel con ganas de que acabara la cosa.
La momia ensayaba tirarse de cabeza dentro de las llamas.
- Y es que hay que hacerlo todo dentro de nuestro orden. O se está no se está dentro de nuestro orden. Digo, dentro de un orden. Y usted… usted…- seguía hablando Berriel.
La momia se sumergió en el fuego.
No entendía nada pero para lo que había visto… Mejor era dejarse consumir entre las llamas. No obstante, se preguntó mientras se deshacía en cenizas sí todo aquello sería verdad u otro de aquellos extraños sueños que tenía últimamente en Madrid.
Nunca lo supo y nosotros, lamento decirlo, tampoco.
Saludos, reclamando fe, desde este lado del ordenador.