Aurelio Martín*
Por primera vez en mi vida estoy teniendo una sensación de vergüenza que no me deja dormir bien. Vergüenza de ser canario. Vergüenza de que el Parlamento canario pueda aprobar un Catálogo Canario de Especies Protegidas como el que ha propuesto Coalición Canaria. Vergüenza de que el Gobierno canario no haya promovido el catálogo. Vergüenza de que la Consejería de Medio Ambiente apoye esta lista perversa que no garantiza la protección de las especies. Vergüenza de que los científicos e instituciones como la Universidad de La Laguna y la de Las Palmas de Gran Canaria no sean escuchados. Vergüenza de que los políticos vayan diciendo que el catálogo tiene rigor científico cuando no se ha contado con ellos. Y también vergüenza porque los políticos promuevan una lista con la que los propios técnicos del gobierno no están de acuerdo.
En definitiva, me da vergüenza de que una serie de señores que no dedican ni arriesgan sus vidas para estudiar la biodiversidad de Canarias no consideren adecuado que quienes lo hacen casi a diario y durante toda su vida puedan opinar sobre el tema.
Los animales no hablan, al menos como lo entiende la especie humana, pero sí que pueden comunicarse entre ellos y afortunadamente algunos biólogos son capaces de entender parte de su lenguaje. Si el Parlamento estuviera constituido por diversas especies de animales representativas de las distintas islas del archipiélago, no me cabe la menor duda de que estos diputados escucharían a quienes más saben de ellos.
Me puedo imaginar al lagarto gigante de El Hierro argumentando que antes era abundante y vivía por toda la isla y que ahora tiene muchísimos problemas para sobrevivir. Su intervención finalizaría diciendo que no es justo que rebajen su categoría de protección de "en peligro de extinción" a "vulnerable". Sus palabras serían apoyadas por el portavoz de la fauna de Tenerife, el lagarto gigante de Tenerife, porque su situación y la disminución de categoría es la misma que la del herreño. Conociendo a los gomeros, y a pesar de que el lagarto gigante de La Gomera sale mejor parado que sus primos, seguramente votaría a favor de la propuesta de los saurios herreños y tinerfeños. El cigarrón palo palmero, con una población reducida, una distribución muy localizada, y la sombra de numerosas amenazas, discutiría vehemente que no se merece pasar de "en peligro de extinción" a "de interés para los ecosistemas canarios", porque esta última categoría no es ni siquiera para especies amenazadas. Tendría un aliado leal en el representante majorero, un opilión, de aspecto parecido a una araña, que sólo vive en una cueva de Fuerteventura y que a pesar de ser prácticamente ciego sería capaz de ver que su situación y destino es muy similar al ortóptero palmero.
Después de las intervenciones de todos los animales insulares seguramente habría algunas palabras de preocupación por el tremendo deterioro que están sufriendo los hábitats del archipiélago. Finalizado el debate, estoy convencido de que el catálogo que aprobaría este Parlamento animal no sería una animalada y así no tendríamos que pasar más vergüenza en este Año Internacional de la Biodiversidad.
* Del Departamento de Biología Animal (Universidad de La Laguna)