Vía: www.laopinion.es
NAIMA PÉREZ
De García Márquez siempre se ha dicho que es una voz independiente. Nunca ha estado afiliado a ningún colectivo ni partido político, salvo al Partido Comunista, que dejó en 1978. Su preocupación por el medio ambiente y el territorio de Canarias lo llevó en 2007 a aceptar ser el director de una agencia que creaba en ese momento el Gobierno de lucha contra el cambio climático. La apuesta fue arriesgada y, de hecho, acabó por renunciar año y medio después, tras comprobar el poco caso que el Ejecutivo de Paulino Rivero le hacía a este organismo. Se jubiló hace un año como jefe del Servicio de Ordenación Territorial de la Consejería de Medio Ambiente, después de desarrollar esta labor durante 20 años.
-Un arquitecto defensor del medio ambiente. Podría parecer de entrada contradictorio...
-Sí, porque se nos ha asociado normalmente con el hormigón y el asfalto, pero en la historia de la arquitectura y el urbanismo, Ildefonso Sardá y compañía fueron personas preocupadas por el medio ambiente. A fin de cuentas, una ciudad no es más que un medio ambiente urbano y una casa, un medio ambiente personal. Hoy día los arquitectos nos movemos en esa línea, pero con frecuencia tenemos la imagen negativa del bloque y el hormigón.
-Quizá se asocia al arquitecto no como el constructor sino como el destructor del medio...
-A fin de cuentas lo hemos sido en buena medida, y eso hay que asumirlo, sobre todo en los años del desarrollismo (1960 hasta casi 2000) turístico, inmobiliario... Los arquitectos han tenido un papel protagonista y bueno, hemos tenido que ser conscientes de que tenemos esa herencia y esa responsabilidad, pero yo creo que las cosas han cambiado.
-A usted se le consideró "padre" de las Directrices de Ordenación, una de las leyes estrella de hace dos legislaturas. Si mira atrás, ¿cómo cree que se ha desarrollado la norma? ¿Está satisfecho?
-Estoy satisfecho de la norma y de la acogida que tuvo en el Parlamento, que fue el auténtico padre de la ley pero, evidentemente, no de su aplicación. A partir de 2003 y hasta hoy las Directrices han sido congeladas, se han metido en el frigorífico y se ha reducido bastante su aplicación práctica.
-Su último cargo público fue como director de la Agencia Canaria de Lucha Contra el Cambio Climático. Renunció después de ver que el informe demoledor que hizo contra la Ley de Medidas Urgentes se quedaba en el cajón. ¿Cree que este Gobierno dio un golpe de efecto al crear la Agencia para marcarse un tanto?
-Yo al principio creí en ello, y quizá fui excesivamente optimista. Por eso acepté el puesto. Pero, efectivamente, estos tres años y pico han demostrado que si no fue una cuestión de fachada se convirtió al final en eso. Ni se dotó a la Agencia de los medios que precisaba ni tampoco se le escuchó. La prueba es que a día de hoy sigue sin oírsele. Lo peor que puede tener una agencia así, cuya misión fundamental es convencer a la población y a las instituciones de los cambios y conductas que tienen que adoptar, es que nadie haya oído hablar de ella. Es el fracaso completo de una institución de este tipo, que no tiene una labor de construcción, ni nada por el estilo, sino de convicción; si nadie se entera de que tiene que implicarse, mal vamos.
-Desde algunos grupos ecologistas se criticó que aceptara el cargo sabiendo cuáles eran las políticas de los gobiernos de CC...
-En aquel momento, en 2007, estábamos en el comienzo de una nueva legislatura, después de la presidida por Adán Martín, caracterizada en el ámbito territorial por ser bastante deprimente. Cabía esperar que la nueva legislatura pudiera cambiar ciertos comportamientos y actitudes ante el territorio y el medio ambiente. Yo siempre he sido pragmático y he pensado que lo que no puede hacer uno es lamentarse de no haberlo intentado al menos. Bueno, yo lo intenté. ¿Que algunos ecologistas fueron más pesimistas, o más realistas, y yo fui más optimista o pragmático? Bueno, es posible. Al cabo de un año y pico me di cuenta de que no hacía nada y me fui.
-¿Confía en que el partido político que lleva años en el Gobierno (CC) dé una vuelta de tuerca en algún momento a las políticas en defensa del territorio?
-Yo creo que más que por el signo político, por la realidad. Tenemos el territorio y la biodiversidad que tenemos. No hay más remedio que defenderlo. Eso es lo que siempre me ha impulsado a mí. Gobierne quien gobierne en Canarias –aunque lógicamente si gobierna una fuerza más progresista, más preocupada por el territorio, será tanto más fácil–, la preocupación por el territorio, el medio ambiente, la biodiversidad y el cambio climático tiene que ser una prioridad.
-¿Eso es difícil de entender?
-Por lo visto sí. Creo que desde 2003 hemos retrocedido en esta lucha, y precisamente ahora, cuando teníamos que haber avanzado. Uno se asusta cuando al cabo de toda esta experiencia, todo lo que significó la Ley del Territorio de 1999 y las Directrices de 2003 oye de repente al presidente del Gobierno decir que la solución a nuestros problemas está en traer a un millón más de turistas, ¿y por qué no doce o veinte? Ya puestos, si son papas de importación lo que hay que traer, pues traemos veinte. Y así, en vez de 30.000 nuevos puestos de trabajo creamos 300.000. No sé, es una especie de disparate continuo o más bien una especie de doble lenguaje. Es decir, hay un lenguaje oficial y luego hay una realidad. Lo de sostenible llena mucho la boca pero no vale escudarse detrás de palabras, cuando el propio presidente, 15 días antes de decir lo del millón de turistas, pone límites a la inmigración. Parece que son los negros y los suramericanos los que molestan, pero los turistas no importan que vengan y carguen aún más nuestro territorio.
-Si tuviera que situar del 1 al 10 las políticas de conservación del medio ambiente en Canarias en estos momentos, ¿qué cifra daría?
-Pues como mucho un 2, un suspenso bajo.
-¿Y cómo calificaría a los movimientos ecologistas en las Islas?
-Como heroicos, sinceramente. En las condiciones en las que estamos, se trata de unos movimientos a los que se les han negado las ayudas para que puedan sobrevivir; al igual que se le dan a los sindicatos para que critiquen al Gobierno y a la oposición, deberían tenerlas los ecologistas. Una democracia se sustenta también en defender las posiciones contrarias. A los ecologistas se les está negando el pan y el agua; intentan desacreditarlos en los medios de comunicación. En esas circunstancias, que sean capaces de seguir luchando y de obtener a través de los tribunales la razón, realmente es heroico.
-Una propuesta que se repite es la de un gran pacto por el territorio. ¿Confía en que en algún momento se produzca o los intereses económicos para la explotación del suelo son demasiado fuertes para permitirlo?
-Curiosamente, yo diría que ya se ha conseguido en Canarias dos veces ese gran pacto: en 1999, con la Ley del Territorio, y en 2003, con la Ley de Directrices. Pero las contradicciones del modelo canario empiezan cuando vemos que ese pacto ha sido puntual y no duradero. Las dos veces, a través del Parlamento, fueron proyectos de ley (iniciativas del Gobierno) que se aprobaron por unanimidad. El tema es que en estas Islas la legislación sobre ordenación tiene un carácter ceremonial: una vez que se ha aprobado la ley y todos están satisfechos y contentos, no hay por qué cumplirla. El pacto habría que hacerlo sobre la base de que ya tenemos los cimientos de ese pacto por el territorio. Ya hemos adoptado dos veces cuál es el modelo canario de territorio y de medio ambiente que queremos; sencillamente tenemos que aplicarlo.
-Parece que en Tenerife a los movimientos ecologistas se les oye un poco más o han tenido más fuerza que en Gran Canaria. ¿A qué lo achaca?
-Creo que a dos cuestiones. Por un lado, se trata de un tema histórico, debido a la fuerza de la Asociación Tinerfeña de Amigos de la Naturaleza (ATAN) y su vinculación con la Universidad y, por otro lado, por la imagen que en cada isla tiene la población de su territorio. En Gran Canaria siempre ha habido una imagen –que yo entiendo profundamente equivocada– respecto al valor ambiental y paisajístico de la propia isla, que es diferente al de Tenerife.
-¿En qué sentido?
-Pues que se aprecia más el territorio en Tenerife que en Gran Canaria; por eso se respeta más el medio ambiente en Tenerife, aunque puede que ya se esté homogeneizando, pero ha habido una idea de más defensa del medio ambiente en Tenerife que en Gran Canaria. El grancanario ha sido consciente hace muy poco del valor de su propia isla.
-Quizá también en Tenerife las luchas por el medio han sido más sonadas, como la del tendido eléctrico de Vilaflor o el puerto de Granadilla, que han movilizado a una considerable parte de la sociedad...
-Efectivamente, han sido aldabonazos más fuertes. En Gran Canaria quizá han sido menores, pero no hay que olvidar los que ha habido, como el del teleférico de Agaete, en 1974, con una oposición muy fuerte del Colegio de Arquitectos y de otros profesionales. Al final se consiguió que no se realizase, pero esa lucha no tuvo, por ejemplo, la repercusión de las torres de Vilaflor.
-Hemos conocido estos días que el Ministerio de Medio Ambiente ha excluido los sebadales de Granadilla del Catálogo Nacional de Especies Protegidas, después que se excluyeron también del Catálogo canario. En algunos círculos la lectura que tiene esto es la de un escollo menos para la construcción del Puerto de Granadilla...
-La excusa que dan desde Madrid es que los sebadales no estaban en el Catálogo Nacional anteriormente y por eso no tenían que estar ahora. Evidentemente, eso no es suficiente. La evolución de las especies es diferente y, por tanto, si no estaban en un catálogo anterior no quiere decir que no tengan que estar en el actual, porque esa especie puede haber sufrido en estos años un proceso de degradación que precisa de su protección. En ese sentido, el documento hecho por Alberto Brito, Wolfredo Wilpret y otros biólogos de La Laguna y que presentaron al Ministerio pedía que se incluyera a los sebadales dentro de la lista protegida.
-¿Pero detrás de este asunto está el puerto de Granadilla?
-Desde luego, el puerto de Granadilla y la debilidad actual del Gobierno estatal por la necesidad de pactos. Ojalá no fuera así, pero uno ya es mayorcito para creer en los Reyes Magos y estas cosas suceden. Hay muchos intereses en juego alrededor de Granadilla. De todas formas, todavía estamos en información pública y el Estado podría corregir ese error de excluir los sebadales.
-¿La lucha efectiva por el medio ambiente necesita que líderes ecologistas den el paso a la política, como hace poco ha hecho el ex presidente de Greenpeace España, Juan López de Uralde, y crear su propio partido verde?
-Eso es un debate bastante duro que siempre han tenido los ecologistas. Yo nunca he pertenecido a ninguna asociación ecologista. Creo positivo que haya partidos verdes; el problema con estas cosas es que la pega viene de los propios grupos ecologistas que pretenden no contaminarse en la política.
-En Alemania funcionan bien estos partidos...
-Claro, pero también les echaron en cara que cuando estuvieron en algún ministerio hicieron esto o lo otro. Aquí tenemos alguna experiencia de grupos políticos que han entrado en gobiernos municipales con desigual fortuna. Pienso que implicarse en política siempre es necesario. Sin embargo, creo también que la defensa del asociacionismo cívico, la defensa de la sociedad civil, es muy importante. Y el cierto descrédito que se ha cernido en los últimos años sobre la política en este país puede hacer tanto más necesario que sigan existiendo organizaciones sociales, ciudadanas... Hay campos para ambas: para partidos verdes y para asociaciones ecologistas.
-¿Cuáles serían las dos o tres amenazas reales más importantes contra el medio ambiente en Canarias?
-En primer lugar, por supuesto, el cambio climático, aunque no acabemos de creérnoslo y verlo a medio o largo plazo. Va a afectar a nuestra economía, el turismo, nuestras costas... a todo el sistema de vida establecido. El segundo elemento es el neodesarrollismo. Hemos vuelto de golpe, con la excusa económica, al pensamiento de que no hay límites y que hay que aumentar el número de turistas, las infraestructuras.... que todo eso es bueno para el empleo. Y la tercera es la disociación entre realidad y política: los discursos que se realizan, las palabras que se utilizan y el ejercicio cotidiano de esa política. No son verdaderamente amenazas, sino realidades.
-Era usted viñetista; firmaba como Pastino. ¿Lo fue como fórmula para hacer críticas contra las políticas del momento?
-Hablamos del año 70. De hecho, Pastino viene de Faustino y era el nombre familiar de mi abuelo.
-¿Era ecologista su abuelo?
-No, más bien era un hombre muy justo, recto, muy raro pero afable y para mí era una imagen importante. Cuando me puse a dibujar, que ya él había muerto, cogí su nombre como pseudónimo para publicar en Sansofé y en Diario de Las Palmas, junto a Cho Juá y la gente del Conduto. Escribíamos todos los sábados y contábamos la realidad política a través de viñetas, dibujos, cuentos de la historia de Canarias...
-Y ahora que está jubilado, ¿ha pensado en retomar esta actividad?
-Es difícil, porque siempre necesitas tener un medio donde publicar. Lo que no tiene sentido es dibujar o escribir para uno mismo. Y bueno, no ha habido oportunidad. Lo que hago de vez en cuando es un dibujito para los nietos (risas).
-Un deseo de futuro...
-Que ojalá nuestros nietos, o los nietos de nuestros nietos, puedan vivir como nosotros...
-Sí, porque se nos ha asociado normalmente con el hormigón y el asfalto, pero en la historia de la arquitectura y el urbanismo, Ildefonso Sardá y compañía fueron personas preocupadas por el medio ambiente. A fin de cuentas, una ciudad no es más que un medio ambiente urbano y una casa, un medio ambiente personal. Hoy día los arquitectos nos movemos en esa línea, pero con frecuencia tenemos la imagen negativa del bloque y el hormigón.
-Quizá se asocia al arquitecto no como el constructor sino como el destructor del medio...
-A fin de cuentas lo hemos sido en buena medida, y eso hay que asumirlo, sobre todo en los años del desarrollismo (1960 hasta casi 2000) turístico, inmobiliario... Los arquitectos han tenido un papel protagonista y bueno, hemos tenido que ser conscientes de que tenemos esa herencia y esa responsabilidad, pero yo creo que las cosas han cambiado.
-A usted se le consideró "padre" de las Directrices de Ordenación, una de las leyes estrella de hace dos legislaturas. Si mira atrás, ¿cómo cree que se ha desarrollado la norma? ¿Está satisfecho?
-Estoy satisfecho de la norma y de la acogida que tuvo en el Parlamento, que fue el auténtico padre de la ley pero, evidentemente, no de su aplicación. A partir de 2003 y hasta hoy las Directrices han sido congeladas, se han metido en el frigorífico y se ha reducido bastante su aplicación práctica.
-Su último cargo público fue como director de la Agencia Canaria de Lucha Contra el Cambio Climático. Renunció después de ver que el informe demoledor que hizo contra la Ley de Medidas Urgentes se quedaba en el cajón. ¿Cree que este Gobierno dio un golpe de efecto al crear la Agencia para marcarse un tanto?
-Yo al principio creí en ello, y quizá fui excesivamente optimista. Por eso acepté el puesto. Pero, efectivamente, estos tres años y pico han demostrado que si no fue una cuestión de fachada se convirtió al final en eso. Ni se dotó a la Agencia de los medios que precisaba ni tampoco se le escuchó. La prueba es que a día de hoy sigue sin oírsele. Lo peor que puede tener una agencia así, cuya misión fundamental es convencer a la población y a las instituciones de los cambios y conductas que tienen que adoptar, es que nadie haya oído hablar de ella. Es el fracaso completo de una institución de este tipo, que no tiene una labor de construcción, ni nada por el estilo, sino de convicción; si nadie se entera de que tiene que implicarse, mal vamos.
-Desde algunos grupos ecologistas se criticó que aceptara el cargo sabiendo cuáles eran las políticas de los gobiernos de CC...
-En aquel momento, en 2007, estábamos en el comienzo de una nueva legislatura, después de la presidida por Adán Martín, caracterizada en el ámbito territorial por ser bastante deprimente. Cabía esperar que la nueva legislatura pudiera cambiar ciertos comportamientos y actitudes ante el territorio y el medio ambiente. Yo siempre he sido pragmático y he pensado que lo que no puede hacer uno es lamentarse de no haberlo intentado al menos. Bueno, yo lo intenté. ¿Que algunos ecologistas fueron más pesimistas, o más realistas, y yo fui más optimista o pragmático? Bueno, es posible. Al cabo de un año y pico me di cuenta de que no hacía nada y me fui.
-¿Confía en que el partido político que lleva años en el Gobierno (CC) dé una vuelta de tuerca en algún momento a las políticas en defensa del territorio?
-Yo creo que más que por el signo político, por la realidad. Tenemos el territorio y la biodiversidad que tenemos. No hay más remedio que defenderlo. Eso es lo que siempre me ha impulsado a mí. Gobierne quien gobierne en Canarias –aunque lógicamente si gobierna una fuerza más progresista, más preocupada por el territorio, será tanto más fácil–, la preocupación por el territorio, el medio ambiente, la biodiversidad y el cambio climático tiene que ser una prioridad.
-¿Eso es difícil de entender?
-Por lo visto sí. Creo que desde 2003 hemos retrocedido en esta lucha, y precisamente ahora, cuando teníamos que haber avanzado. Uno se asusta cuando al cabo de toda esta experiencia, todo lo que significó la Ley del Territorio de 1999 y las Directrices de 2003 oye de repente al presidente del Gobierno decir que la solución a nuestros problemas está en traer a un millón más de turistas, ¿y por qué no doce o veinte? Ya puestos, si son papas de importación lo que hay que traer, pues traemos veinte. Y así, en vez de 30.000 nuevos puestos de trabajo creamos 300.000. No sé, es una especie de disparate continuo o más bien una especie de doble lenguaje. Es decir, hay un lenguaje oficial y luego hay una realidad. Lo de sostenible llena mucho la boca pero no vale escudarse detrás de palabras, cuando el propio presidente, 15 días antes de decir lo del millón de turistas, pone límites a la inmigración. Parece que son los negros y los suramericanos los que molestan, pero los turistas no importan que vengan y carguen aún más nuestro territorio.
-Si tuviera que situar del 1 al 10 las políticas de conservación del medio ambiente en Canarias en estos momentos, ¿qué cifra daría?
-Pues como mucho un 2, un suspenso bajo.
-¿Y cómo calificaría a los movimientos ecologistas en las Islas?
-Como heroicos, sinceramente. En las condiciones en las que estamos, se trata de unos movimientos a los que se les han negado las ayudas para que puedan sobrevivir; al igual que se le dan a los sindicatos para que critiquen al Gobierno y a la oposición, deberían tenerlas los ecologistas. Una democracia se sustenta también en defender las posiciones contrarias. A los ecologistas se les está negando el pan y el agua; intentan desacreditarlos en los medios de comunicación. En esas circunstancias, que sean capaces de seguir luchando y de obtener a través de los tribunales la razón, realmente es heroico.
-Una propuesta que se repite es la de un gran pacto por el territorio. ¿Confía en que en algún momento se produzca o los intereses económicos para la explotación del suelo son demasiado fuertes para permitirlo?
-Curiosamente, yo diría que ya se ha conseguido en Canarias dos veces ese gran pacto: en 1999, con la Ley del Territorio, y en 2003, con la Ley de Directrices. Pero las contradicciones del modelo canario empiezan cuando vemos que ese pacto ha sido puntual y no duradero. Las dos veces, a través del Parlamento, fueron proyectos de ley (iniciativas del Gobierno) que se aprobaron por unanimidad. El tema es que en estas Islas la legislación sobre ordenación tiene un carácter ceremonial: una vez que se ha aprobado la ley y todos están satisfechos y contentos, no hay por qué cumplirla. El pacto habría que hacerlo sobre la base de que ya tenemos los cimientos de ese pacto por el territorio. Ya hemos adoptado dos veces cuál es el modelo canario de territorio y de medio ambiente que queremos; sencillamente tenemos que aplicarlo.
-Parece que en Tenerife a los movimientos ecologistas se les oye un poco más o han tenido más fuerza que en Gran Canaria. ¿A qué lo achaca?
-Creo que a dos cuestiones. Por un lado, se trata de un tema histórico, debido a la fuerza de la Asociación Tinerfeña de Amigos de la Naturaleza (ATAN) y su vinculación con la Universidad y, por otro lado, por la imagen que en cada isla tiene la población de su territorio. En Gran Canaria siempre ha habido una imagen –que yo entiendo profundamente equivocada– respecto al valor ambiental y paisajístico de la propia isla, que es diferente al de Tenerife.
-¿En qué sentido?
-Pues que se aprecia más el territorio en Tenerife que en Gran Canaria; por eso se respeta más el medio ambiente en Tenerife, aunque puede que ya se esté homogeneizando, pero ha habido una idea de más defensa del medio ambiente en Tenerife que en Gran Canaria. El grancanario ha sido consciente hace muy poco del valor de su propia isla.
-Quizá también en Tenerife las luchas por el medio han sido más sonadas, como la del tendido eléctrico de Vilaflor o el puerto de Granadilla, que han movilizado a una considerable parte de la sociedad...
-Efectivamente, han sido aldabonazos más fuertes. En Gran Canaria quizá han sido menores, pero no hay que olvidar los que ha habido, como el del teleférico de Agaete, en 1974, con una oposición muy fuerte del Colegio de Arquitectos y de otros profesionales. Al final se consiguió que no se realizase, pero esa lucha no tuvo, por ejemplo, la repercusión de las torres de Vilaflor.
-Hemos conocido estos días que el Ministerio de Medio Ambiente ha excluido los sebadales de Granadilla del Catálogo Nacional de Especies Protegidas, después que se excluyeron también del Catálogo canario. En algunos círculos la lectura que tiene esto es la de un escollo menos para la construcción del Puerto de Granadilla...
-La excusa que dan desde Madrid es que los sebadales no estaban en el Catálogo Nacional anteriormente y por eso no tenían que estar ahora. Evidentemente, eso no es suficiente. La evolución de las especies es diferente y, por tanto, si no estaban en un catálogo anterior no quiere decir que no tengan que estar en el actual, porque esa especie puede haber sufrido en estos años un proceso de degradación que precisa de su protección. En ese sentido, el documento hecho por Alberto Brito, Wolfredo Wilpret y otros biólogos de La Laguna y que presentaron al Ministerio pedía que se incluyera a los sebadales dentro de la lista protegida.
-¿Pero detrás de este asunto está el puerto de Granadilla?
-Desde luego, el puerto de Granadilla y la debilidad actual del Gobierno estatal por la necesidad de pactos. Ojalá no fuera así, pero uno ya es mayorcito para creer en los Reyes Magos y estas cosas suceden. Hay muchos intereses en juego alrededor de Granadilla. De todas formas, todavía estamos en información pública y el Estado podría corregir ese error de excluir los sebadales.
-¿La lucha efectiva por el medio ambiente necesita que líderes ecologistas den el paso a la política, como hace poco ha hecho el ex presidente de Greenpeace España, Juan López de Uralde, y crear su propio partido verde?
-Eso es un debate bastante duro que siempre han tenido los ecologistas. Yo nunca he pertenecido a ninguna asociación ecologista. Creo positivo que haya partidos verdes; el problema con estas cosas es que la pega viene de los propios grupos ecologistas que pretenden no contaminarse en la política.
-En Alemania funcionan bien estos partidos...
-Claro, pero también les echaron en cara que cuando estuvieron en algún ministerio hicieron esto o lo otro. Aquí tenemos alguna experiencia de grupos políticos que han entrado en gobiernos municipales con desigual fortuna. Pienso que implicarse en política siempre es necesario. Sin embargo, creo también que la defensa del asociacionismo cívico, la defensa de la sociedad civil, es muy importante. Y el cierto descrédito que se ha cernido en los últimos años sobre la política en este país puede hacer tanto más necesario que sigan existiendo organizaciones sociales, ciudadanas... Hay campos para ambas: para partidos verdes y para asociaciones ecologistas.
-¿Cuáles serían las dos o tres amenazas reales más importantes contra el medio ambiente en Canarias?
-En primer lugar, por supuesto, el cambio climático, aunque no acabemos de creérnoslo y verlo a medio o largo plazo. Va a afectar a nuestra economía, el turismo, nuestras costas... a todo el sistema de vida establecido. El segundo elemento es el neodesarrollismo. Hemos vuelto de golpe, con la excusa económica, al pensamiento de que no hay límites y que hay que aumentar el número de turistas, las infraestructuras.... que todo eso es bueno para el empleo. Y la tercera es la disociación entre realidad y política: los discursos que se realizan, las palabras que se utilizan y el ejercicio cotidiano de esa política. No son verdaderamente amenazas, sino realidades.
-Era usted viñetista; firmaba como Pastino. ¿Lo fue como fórmula para hacer críticas contra las políticas del momento?
-Hablamos del año 70. De hecho, Pastino viene de Faustino y era el nombre familiar de mi abuelo.
-¿Era ecologista su abuelo?
-No, más bien era un hombre muy justo, recto, muy raro pero afable y para mí era una imagen importante. Cuando me puse a dibujar, que ya él había muerto, cogí su nombre como pseudónimo para publicar en Sansofé y en Diario de Las Palmas, junto a Cho Juá y la gente del Conduto. Escribíamos todos los sábados y contábamos la realidad política a través de viñetas, dibujos, cuentos de la historia de Canarias...
-Y ahora que está jubilado, ¿ha pensado en retomar esta actividad?
-Es difícil, porque siempre necesitas tener un medio donde publicar. Lo que no tiene sentido es dibujar o escribir para uno mismo. Y bueno, no ha habido oportunidad. Lo que hago de vez en cuando es un dibujito para los nietos (risas).
-Un deseo de futuro...
-Que ojalá nuestros nietos, o los nietos de nuestros nietos, puedan vivir como nosotros...