miércoles, 8 de diciembre de 2010

¡Pobre biodiversidad!


Termina el Año Internacional de la Biodiversidad y las noticias no son mejores que en 2009. Para dejarse de zarandajas, ha sido un (otro) año perdido. Como ya saben nuestros lectores, se ha incumplido el compromiso de detener la pérdida de diversidad biológica (Cuenta Atrás 2010) y se ha fijado una fecha lejana (2020) para intentarlo de nuevo, aunque con pocas intenciones reales de conseguir algo concreto. La famosa cumbre de Nagoya (Japón) ha terminado sin pena ni gloria. No ha sido el rotundo fracaso de la cumbre del Clima, pero para semejante viaje no habrían hecho falta estas alforjas. Así que más tiempo y más dinero perdido en reuniones cuyo saldo no va más allá de los documentos y las declaraciones grandilocuentes. La nueva ministra del ramo, Rosa Aguilar, ni siquiera ha hecho acto de presencia en Nagoya. No sabemos si recriminárselo o aplaudírselo.

Mientras tanto, en el mundo real, seguimos perdiendo biodiversidad a marchas forzadas. La sexta extinción masiva avanza implacable y nuestras opulentas sociedades, zarandeadas por una crisis económica hijastra de la globalización, siguen más pendientes de los aspectos económicos que de los ecológicos, por no hablar de los sociales, y además se permiten recomendar el modelo neoliberal al resto del mundo.

Este número de Quercus vuelve a estar cargado de ejemplos que confirman tan perversa tendencia. El chorlitejo patinegro ya no encuentra playas tranquilas donde criar en Tenerife y Camille, el último oso pardo autóctono de los Pirineos, lleva un año en paradero desconocido. Precisamente el Año Internacional de la Biodiversidad.

La prensa recogía hace poco las medidas de apoyo que reclaman las empresas concesionarias de algunas autopistas de peaje en Madrid que no han visto cumplidas sus expectativas de ingresos. Pretenden, una vez más, socializar las pérdidas y, si los hubiera, privatizar los beneficios. Ahora nadie se acuerda de que, en su día, ya se advirtió de que eran caras e innecesarias o de su impacto ambiental. Era el Progreso, una divinidad omnipotente y ubicua, ante la que solamente cabe la sumisión y unas limosnas en forma de medidas compensatorias.

Lo del atún rojo clama al cielo. La propia Comisión Europea, aquella que reconocía haber adquirido una gran experiencia tras el fracaso de la Cuenta Atrás 2010, propuso reducir a la mitad las capturas con el propósito de que se recuperaran las poblaciones. ¿Quién encabezó el veto a una medida tan razonable? La nueva ministra de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino.

En Canarias sigue el sainete del puerto de Granadilla. Ahora que los sebadales ya no son un obstáculo para reanudar las obras, resulta que en la zona ha aparecido otra especie que también supone una traba legal para el Progreso. Esta vez no es una fanerógama marina, sino un coleóptero, Pimelia canariensis, que sigue catalogado como “En Peligro de Extinción”. Aunque no se descarta volver a modificar el Catálogo canario de especies amenazadas para adaptarlo a esta nueva e irritante situación, capaz de comprometer las especulaciones turísticas en el sur de Tenerife, de momento se plantea el traslado de tan insignificantes insectos a un lugar donde no molesten. Esta es la lógica imperante, la misma que pretende frenar la pérdida de diversidad biológica en 2020. Se admiten apuestas.